De un árbol de cerezo situado en el cerco de una parcela campesina, bajó una diminuta oruga que se internó en la pequeña milpa. Mientras caminaba entre surcos, se maravilló de la variedad de plantas que allí existían. A ella siempre le gustó el color blanco de las flores, pues le parecía que era la luz hecha pétalos. Al ver tantos colores se preguntó en voz alta:
“¿Por qué no todas las flores son blancas, si es el mejor color sobre la Tierra?”
Sin esperarlo, escuchó de pronto una voz que salía de una planta cercana: “¡Yo soy la
¡A mí me dicen jacaranda! –se oyó la voz fuerte de un enorme árbol que estaba en la esquina de la parcela– ¡En los meses de enero a marzo de cada año mis flores moradas son recolectadas para aliviar a los hombres y mujeres de unos bichitos que ellos llaman amebas!”
Una espiga dorada, a la que un escritor llamado Pablo Neruda denominó “punta de fuego sobre lanza verde”, habló así: “¡Yo soy la flor del maíz; el fruto que sale de mí en forma de mazorca ha servido para alimentar a miles de comunidades por más de diez mil años. Grandes pueblos se han desarrollado en estas tierras debido al uso que han dado a mi fruto. Las manos amorosas de señoras y señores escogen las semillas que luego siembran en
La oruga exclamó: “¡Vaya, eso no lo sabía!”
La espiga de maíz continuó: “Conmigo conviven frijoles, ayotes, tomates, miltomates, chiles, la hierbabuena, palos de jacaranda, saúco y frutales. Ves, amiga oruga, somos muchas plantas y somos diferentes. Todas somos importantes, igual que tú”.
Entonces, la pequeña oruga vio con otros ojos la diversidad de colores y formas que había en
No hay comentarios:
Publicar un comentario