jueves, 9 de junio de 2011

Hablemos del hambre, pero en serio.

Guatemala, sus habitantes y con mayor peso, los sectores que pueden decidir o influir en la toma de decisiones, cargamos sobre nuestros hombros una infamia profunda. Los niños y niñas en este país se mueren de hambre. Los que padecen hambre y sobreviven, lo hacen en condición de desnutrición permanente. Es una tragedia nacional que tratamos de esconder, es una vergüenza propia a la que le volteamos el rostro y pretendemos que es ajena. Cuando se agrava la problemática, aunque parezca imposible que empeore, nos damos golpes de pecho o buscamos responsables; es fácil culpar al gobierno: hace 25 años se culpaba a la Democracia Cristiana, hace 10 fue el FRG, luego la GANA y hoy los dedos acusadores apuntan a la UNE. En pleno proceso electoral, el tema es un arma de guerra.

El hambre se padece día a día, generación tras generación. Madres desnutridas amamantan bebes destinados a un desarrollo biológico y mental incompleto. Una planta si no recibe nutrientes se marchita y sus frutos son malogrados. El hambre humana causa niños marchitados: uno de cada dos niños menores de cinco años está sumido en la desnutrición crónica. ¿Es la sociedad guatemalteca tan egoísta para no dimensionar el desastre que esto significa?