La muchacha maneja su viejo automóvil por la carretera de Sanarate a Jalapa. Su juventud le permite estar alerta a todo lo que en el camino encuentra. Actitud de asombro ante la vida que a muchos se les apaga con el paso de los años.
De pronto encuentra en medio del camino un tumulto de zopilotes peleando por desgarrar carne de algún esqueleto. El grupo de aves era más grande de lo normal. Tanto que no dejaban espacio para el tránsito vehicular. Frena y avanza lentamente con dificultad pues la pelea que tienen las aves por la comida es feroz y prestan poca atención al peligro del paso de carros y camiones. Como era de esperarse, un zopilote ha sido alcanzado por las llantas de un viajero anterior. A la par del ave caída se encuentra el cuerpo enorme de una yegua que era destajado por los picos afilados de las aves. Rara cosa para ser vista a plena luz del día en medio de la vía. ¿Dónde mueren generalmente los caballos? ¿Su carne es comestible para el ser humano? Se preguntó la joven.
Más adelante, en los cerros luego de pasar por Sansare, divisó un paisaje que había encontrado en cientos de lugares del país. Es común, tanto en los parajes de Tucurú, Salamá, Cotzal, El Rodeo o Yepocapa, la vista de altísimas montañas sembradas hasta la mitad de su elevación, o más allá, con la milpa campesina. En el camino que sigue nuestra viajera divisa a orillas de la carretera a decenas de niños y niñas morenas con la carita triste y la pancita abultada por la falta de comida. ¿Qué es esta realidad que nuestras familias en la ciudad no nos enseñan? se preguntó dolida y apesadumbrada.
Desde hacía unos años ella asegura que la gente no es pobre por que sí, sino que es gente empobrecida por la estructura de dominación de unos grupos sociales sobre otros. Las lecturas que en la universidad realizó de autores como Figueroa Ibarra, Castellanos Cambranes o Palma Murga, le fueron exponiendo en el papel, una realidad injusta que ahora, a sólo cincuenta minutos de la urbe, se topa de narices bruscamente. Y en ese momento llora.
Llega al hotel en Jalapa. Se instala en una habitación y encuentra que no hay televisor con que alejarse de la vida real. No hay más remedio que dedicarse a reflexionar. El bullicio en las calles es contagiable pues es semana de la feria titular. Sin embargo el contagio no llega a la voluntad de nuestra viajera quien piensa sobre lo injusto de la realidad agraria: ¡Con razón siembran en laderas!
Cada vez está más convencida que la idea de reformar la Constitución de la República, es necesaria. En definitiva, es absurda la propuesta del grupo Proreforma pues quieren reducir los pocos espacios democráticos que existen; pero si es necesario asentar una nueva constitución nacional que reafirme que el país no es sólo de los que nos llamamos guatemaltecos y vivimos en las ciudades o de los que tienen grandes negocios, pues hay millones de personas que tienen otras naciones constituidas por miles de años: la nación k’ich’e, la kachiquel, la q’eq’chi, la xinca y tantas otras. Una constitución que refunde el Estado multinacional y establezca la realización de reformas agrarias: pasos iniciales hacia la vida plena para los pueblos.
Nuestra viajera recuerda que hace 100 años inició la revolución mexicana, esa que presentan en las películas de Emiliano Zapata, Pancho Villa y Altagracia Martínez (Adelita), que forjó una clase campesina con poder, una reforma agraria de largo alcance y el crisol de una sociedad mestiza que valora los elementos indígenas de su ser.
Habrá que completar la reflexión de nuestra amiga agregando que hay procesos populares profundamente democráticos en el sur del continente que están refundando los Estados para garantizar y construir el buen vivir.
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